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Diablo Historia

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Historia

Historia, conocimiento y trama de Diablo.


Ex Libris Horadrim, Libro Uno: Del Cielo y del Infierno

El Gran Conflicto

Desde el Principio, las fuerzas de la Luz y la Oscuridad han estado combatiendo en una guerra eterna: El Gran Conflicto, cuyo vencedor se alzará de entre las ruinas apocalípticas para controlar toda la creación. Hasta entonces, los Ángeles de los Altos Cielos se adhieren a estrictas disciplinas militares. Los guerreros Serafín golpean a los enemigos de la Luz con espadas imbuidas con justa ira y justicia. Los Ángeles creen que sólo la disciplina absoluta puede correctamente restaurar el orden a la miriada de reinos, mientras que los habitantes demoníacos de los Infiernos Ardientes sostienen que el caos absoluto es la verdadera naturaleza de todas las cosas.

Las batallas del Gran Conflicto rugen a través del tiempo y del espacio, a veces violando el propio tejido de la realidad. Desde la Bóveda de Cristal en el propio corazón de los Altos Cielos hasta la arcana Forja del Infierno del Inframundo, los guerreros de estos eternos reinos viajan a donde sea que su eterno conflicto los lleve. Los actos legendarios de los héroes de los renios están más allá de recibir tanto veneración como comprensión.

El más grande de estos héroes fue Izual, teniente del Arcángel Tyrael y portador de la Hoja Rúnica Angelical "Ira Celeste". Una vez lideró un fiero ataque a la Forja del Infierno mientras la creación de la oscura espada demoníaca Colmillo Sombrío estuvo casi completada. Su búsqueda fue para destruir tanto al portador como al arma; una carga a la que nunca estuvo destinada a completar. Izual fue derrotado por las legiones del caos y, trágicamente, se perdió en la Oscuridad. Su destino permanece como un testamento al hecho de que tanto Ángeles como Demonios no pueden entrar sin temor en cualquier dominio -mientras sus odiados enemigos habiten en él.

Aunque el Gran Conflicto se volvía cada vez más fiero y permanecían más tiempo que las estrellas en el cielo, ningún bando conseguía la dominación sobre el otro. Ambas facciones buscaban alguna manera de girar las mareas de la guerra a su favor. Con la ascensión del Hombre y su reino mortal, el Gran Conflicto llegó a una misteriosa pausa. Ambos ejércitos se detuvieron en un punto muerto, esperando ver hacia que lado iría el Hombre.

Los mortales tienen la única habilidad de elegir entre la Oscuridad y la Luz, y por ello podía ser un factor decisivo en el Gran Conflicto. Es por ello que los agentes de los reinos exteriores descendiesen al reino mortal para competir por el favor del Hombre...

La Guerra del Pecado

La llegada del Gran Conflicto al reino mortal es conocido como la Guerra de Pecado. Ángeles y Demonios, disfrazándose mientras viajan entre los hombres, intentaron secretamente atraer a los mortales a sus respectivas causas. Con el tiempo, las fuerzas de la Oscuridad descubrieron que los mortales respondían mucho mejor a la fuerza bruta que a la coacción sutil, y por ello comenzaron a aterrorizar al Hombre hasta su sumisión. Los Ángeles lucharon para defender a la humanidad de la opresión demoníaca, pero también sus métodos austeros y los severos castigos consiguieron sólo alienar a aquellos que buscaban proteger.

Las violentas batallas de la Guerra del Pecado tenían lugar a menudo, pero apenas eran testigos los curiosos ojos del Hombre. Sólo unas pocas almas "iluminadas" fueron conscientes de los seres sobrenaturales que caminaban entre las arrebujadas masas de la humanidad. Poderosos mortales se alzaban y aceptaban el enfrentamiento de la Guerra del Pecado, aliándose con ambos bandos del Gran Conflicto. Los actos legendarios de estos bravos guerreros mortales sevían para conseguir tanto el respecto como el odio de los mundos exteriores. Aunque los demonios menores se arrodillaban ante aquellos que poseían el poder y la fuerza, también maldecían la propia existencia del hombre mortal. Muchos de estos infernales creían que el desempate traído por la aparición del Hombre era una perversa ofensa a su papel "superior" en la gran conspiración de las cosas.

La envidia al Hombre llevó a los demonios a realizar atroces y duros actos de violencia contra el reino mortal. Algunos hombres aprendieron de este odio profundo y lo usaron contra los habitantes del Inframundo. Uno de esos mortales, Horazon el Invocador, disfrutaba invocando demonios y luego someterlos a su voluntad. Horazon, junto con su hermano Bartuc, fueron miembros del clan de magos del Este conocidos como el Vizjerei. Este místico clan estudió las variedades de demonios y habían catalogado sus conocimientos durante generaciones. Potenciados con este conocimiento, Horazon fue capaz coger el trabajo del Vizjerei y pervertirlo para sus dementes propósitos. Los habitantes del Infierno buscaron venganza contra este osado mortal, pero Horazon consiguió mantenerse bien protegido en su santuario arcano.

Bartuc, el hermano de Horazon, acabó atraído al bando de la Oscuridad. Obtuvo una fuerza y una longevidad excepcional, y luchó junto con las legiones del Infierno contra el maldecido Vizjerei, y al final contra su propio hermano durante la Guerra del Pecado. Aunque Bartuc tuvo un gran renombre entre los guerreros de los muchos reinos, su predominio en la batalla tuvo un terrible coste. Una insaciable sed de sangre mortal lleno cada uno de sus pensamientos y actos. Bartuc pronto encontró el gusto por bañarse en la sangre de sus enemigos mientras estos se desangraban, y con el tiempo acabó siendo conocido sólo como el Caudillo de Sangre.

El Exilio Oscuro

"Siete es el número de poderes del Infierno, y Siete es el número de los Grandes Males."

Duriel, el Señor del Dolor
Andariel, la Dama de la Angustia
Belial, el Señor de las Mentiras
Azmodan, el Señor del Pecado

Estos son los nombres verdaderos de los menores de los Grandes Males. Durante incontables años cada uno ha gobernado sobre sus propios dominios en el Ardiente Infierno, buscando el dominio absoluto sobre sus hermanos infernales. Mientras que los Cuatro Menores competían continuamente por el control de aquellas fuerzas que habitaban en sus reinos, los Tres Mayores mantenían el poder absoluto sobre todo el Infierno. Los Cuatro Menores usaban medidas oscuras y malignas en su búsqueda por el poder, y es aquí donde comienza la leyenda del Exilio Oscuro.

Mefisto, el Señor del Odio
Baal, el Señor de la Destrucción
Diablo, el Señor del Terror

Estos son los Males Fundamentales del Infierno que manejan su poder como un soberano triunvirato oscuro. Los Tres Hermanos gobernaban sobre los Cuatros Menores con fuerza brutal y maliciosa astucia. Siendo los más antiguos y los más fuertes de los Males, los Tres Hermanos fueron los responsables de incontables victorias contra los ejércitos de la Luz. Aunque nunca consiguieron tambalear los Altos Cielos durante mucho tiempo, los Tres eran simplemente temidos por sus enemigos y por sus súbditos.

Con las ascensión del Hombre y la consiguiente paralización del Gran Conflicto, los Tres Hermanos dedicaron sus energías a la perversión de las almas mortales. Los Tres se dieron cuenta de que el Hombre era la llave para la victoria en la guerra contra el Cielo, y por ello alteraron sus rígidas tareas que habían extendido desde el Principio. Este cambio causó que muchos de los Males Menores cuestionaran la autoridad de los Tres, y eso condujo a una gran brecha entre los Males Fundamentales y sus servidores.

En su ignorancia, los Males Menores comenzaron a creer que los Tres temían continuar la guerra contra el Cielo. Frustrados por el cese de la guerra, Azmodan y Belian vieron la situación como su oportunidad para derrocar a los Males Fundamentales y tomar el control del Infierno por ellos mismos. Los dos señores demoníacos hicieron un pacto con sus hermanos menores, convenciéndoles de que la desdichada plaga de la humanidad no impediría la victoria final de los hijos del Infierno. Azmodan y Belial idearon un plan para finalizar el empate, asegurando la victoria en la Guerra del Pecado y finalmente llevar la cresta sangrienta del Gran Conflicto recto a los propios brazos del Armageddon. Por eso, una gran revolución llevó a todo el Infierno a una guerra contra los Tres Hermanos...

Los Hermanos lucharon con toda la ferocidad del Inframundo, y para sus mértiso, aniquilaron un tercio de las traicioneras legiones del Infierno. Al final, sin embargo, fueron superados por la Muerte Cornuda liderada por los traidores Azmodan y Belial. Los Males Fundamentales, debilitados y sin cuerpos, fueron expulsados al reino mortal donde Azmodan creyó que permanecerían encerrados para siempre. Azmodan creía que dejando a los Tres sueltos entre la humanidad, los Ángeles estarían forzados a volcar su atención al plano mortal -dejando las Puertas del Cielo abandonadas e indefensas. Aquellos pocos demonios que seguían prometiendo lealtad a los Tres Hermanos huyeron de la ira de Azmodan y Belian, escapando hacia el reino de los Hombres buscando a sus Maestros perdidos.

Después de que los fuegos de la guerra se apagaran en los campos de batalla del Infierno, Azmodan y Belial comenzaron a discutir sobre quien de ellos tendría la mayor autoridad. El pacto que hicieron había caído rápidamente mientras los dos señores demoníacos lanzaban sus ejércitos entre ellos. Las legiones del Infierno que quedaron fueron polarizados entre ambos caudillos, lanzándose en una sangrienta guerra civil que ha permanecido hasta este día...

La Caza de los Tres

En los tiempos antiguos, antes del alzamiento de los Imperios del Oeste, las oscuras y terribles entidades conocidas como los Tres Males fueron exiliados al mundo del Hombre. Estas eternas entidades vagaron por el consciente mundo y se alimentaron con la lujuria de los hombres, dejando el caos y el desgaste a su paso. Los Males volvieron al padre contra el hijo y llevaron a grandes naciones a brutales y mezquinas guerras. Su Exilio del Infierno los dejó con un hambre insaciable de traer el sufrimiento y el dolor a todos aquellos que no se arrodillaran ante ellos, y por ello los Tres Hermanos devastaron las tierras del Lejano Este durante incontables siglos.

Finalmente, una orden secreta de magos mortales fue congregada por el enigmático Arcángel Tyrael. Estos hechiceros cazarían a los Tres Males y pondrían fin a su viciosa masacre. La orden, conocida como los Horadrim, estaba formada por magos de diversos y numerosos clanes de magos del Este. Empleando dispares prácticas mágicas y disciplinas, esta insólita Hermandad tuvo éxito al capturar a dos de los Hermanos en el interior de los poderosos artefactos llamados Piedras del Alma. Mefisto y Baal, atrapados en el interior de las arremolinadas restricciones espirituales de las Piedras del Alma, que serían después enterrados bajo las dunas de las desoladas Arenas del Este.

Los poderes del Odio y la Destrucción sin sentido parecían disminuir en el Este a medida que una paz nerviosa comenzaba a extenderse por la tierra. Sin embargo, durante muchas décadas los Horadrim continuaron con su nefasta búsqueda del tercer Hermano, Diablo. Sabían que si el Señor del Terror continuaba libre no habría nunca una paz duradera en el reino de la humanidad.

Los Horadrim siguieron la estela de terror y anarquía que se extendían a lo largo de las tierras del Oeste. Después de una gran batalla que se llevó la vida de muchas valientes almas, el Señor del Terror fue capturado y encerrado en la última de las Piedras del Alma por un grupo de monjes Horadrim liderados por el Iniciado Jered Caín. Estos monjes llevaron la piedra maldita a la tierra de Khanduras y la enterraron en el interior de una cueva apartada cerca del río Talsande. Encima de esta cueva los Horadrim construyeron un gran Monasterio en el cual continuarían salvaguardando la Piedra del Alma. A medida que los años pasaron, los Horadrim construyeron una red de catacumbas debajo del Monasterio para alojar los terrenales restos de los mártires de su Orden.

Generaciones pasaron en Khanduras, y el número de los Horadrim lentamente fue menguando. Sin ninguna búsqueda que emprender, y con muy pocos hijos para preservar su vigilancia, la una vez poderosa Orden se sumió en la oscuridad. Al final, el gran Monasterio que habían construido cayó también en la ruina. Aunque pueblos crecieron y prosperaron alrededor de los restos del viejo Monasterio, ninguno conocía los oscuros y secretos pasillos que se extendían bajo la fría tierra del lugar. Ninguno habría soñado con la ardiente gema roja que destelleaba en el corazón del laberinto...

Ex Libris Horadrim, Libro Dos: El Regreso del Terror

Las Tierras de Khanduras

En los años posteriores a la muerte del último de los Horadrim, una gran y prospera sociedad creció en las tierras del Oeste. Mientras el tiempo pasaba, muchos peregrinos del Este se asentaron en las tierras que rodean Khanduras y pronto establecieron pequeños e independientes reinos. Algunos de estos reinos discutieron en Khanduras sobre los derechos de propiedad o las rutas de comercio. Estas disputas hicieron poco para alterar la paz duradera del Oeste, y el septentrional gran reino de Westmarch demostró ser un fuerte aliado de Khanduras mientras las dos tierras se ocupaban regularmente en los juegos del trueque y el comercio.

Durante este tiempo, una nueva y osada religión de la Luz conocida como Zakarum comenzó a extenderse a lo largo del reino de Westmarch y en muchos de sus septentrionales principados. Zakarum, fundado en el Lejano Este, imploraba a sus seguidores a entrar en la Luz abandonando la oscuridad que acechaba en sus almas. La gente de Westmarch adoptó los estatutos de Zakarum como su misión sagrada en el mundo. Westmarch comenzó a volverse hacia sus vecinos, esperando a que abrazaran este "Nuevo Comienzo" también. Las tensiones subieron entre los reinos de Westmarch y Khanduras a medida que los sacerdotes de Zakarum comenzaron a predicar su dogma extranjero tanto si eran bienvenidos como si no.

Fue entonces cuando el gran señor del norte Leoric vino a las tierras de Khanduras y, en el nombre de Zakarum, se autoproclamó Rey. Leoric era un hombre profundamente religioso y había traído a muchos Caballeros y Sacerdotes con él que componían su Orden de la Luz. Leoric y su consejero de mayor confianza, el Arzobispo Lazarus, viajaron hasta la ciudad de Tristán. Leoric se apropió del antiguo y decrépito Monasterio en las afueras del pueblo como su lugar de poder y lo renovó para igualar su gloria perdida. Aunque los habitantes libre de Khanduras no estaban encantados con estar bajo el repentino dominio de un Rey extranjero, Leoric los sirvió con justicia y poder. Finalmente, los habitantes de Khanduras comenzaron a respetar al amable Leoric, viendo que sólo buscaba guiarlos y protegerlos de la opresión de la Oscuridad.

El Despertar

No mucho tiempo después de que Leoric tomara posesión de Khanduras, un poder largo tiempo dormido despertó en los oscuros huecos bajo el Monasterio. Sintiendo que la libertad estaba a su alcance, Diablo se introdujo en las pesadillas del Arzobispo y lo atrajo hacia el oscuro laberinto subterráneo. En su terror, Lazarus se adentró en los pasillos abandonados hasta que llegó a la cámara de la ardiente Piedra del Alma. Incapaz de controlar ni su cuerpo ni su espíritu, levantó la piedra sobre su cabeza y pronunció palabras largo tiempo olvidadas en el reino de los mortales. Con su voluntad destruida, Lazarus fragmentó la Piedra del Alma al lanzarla contra el suelo. Diablo una vez más volvió al mundo del Hombre. Aunque fue liberado de su encarcelamiento de la Piedra del Alma, el Señor del Terror seguía estando muy debilitado debido a su largo letargo y requería anclarse al mundo. Una vez que encontrara una forma mortal que poseer, podría empezar a reclamar sus ampliamente desgastados poderes. El gran demonio midió las almas que residían en el pueblo por encima de ellos, y eligió coger la más fuerte de ellos -la del Rey Leoric.

Durante muchos meses el Rey Leoric combatió en secreto contra la presencia maligna que retorcía sus pensamientos y emociones. Sintiendo que había sido poseido por algún mal desconocido, Leoric ocultó su oscuro secreto a sus Sacerdotes, esperando que de alguna manera su propia rectitud devota sería suficiente para exorcizar la corrupción que crece dentro de él -estaba gravemente equivocado. Diablo arrancó la propia esencia de Leoric, quemando todo el honor y la virtud de su alma. Lazarus había caído también bajo el dominio del Demonio, manteniéndose cerca de Leoric todo el tiempo. Lazarus trabajó para ocultar los planes de su nuevo Maestro a la Orden de la Luz, esperando que el poder del demonio creciera, bien ocultos a los sirvientes de Zakarum.

Los sacerdotes de Zakarum y los ciudadanos de Khanduras reconocieron el perturbador cambio de su señor. Su una vez orgullosa y fuerte forma acabó distorsionada y deformada. El Rey Leoric se volvió cada vez más trastornado y ordenó inmediatas ejecuciones de cualquiera que se atreviera a cuestionar sus métodos o su autoridad. Leoric comenzó a enviar a sus Caballeros a otros pueblos para intimidar a sus habitantes para que se sometan. La gente de Khanduras, una vez orgullosos de ver el gran honor de su gobernante, comenzaron a llamar a Leoric el Rey Negro.

Conducido al borde de la locura por el Señor del Terror, el Rey Leoric lentamente fue alienando a sus amigos y consejeros más cercanos. Lachdanan, Capitán de los Caballeros de la Orden de la Luz y un honrado Campeón de Zakarum, intentó discernir la naturaleza del espíritu deteriorado de su Rey. Aunque por cada intento el Arzobispo Lazarus intentaría abordar a Lachdanan y amonestarlo por cuestionar las acciones del Rey. A medida que las tensiones crecían entre los dos, Lazarus acusó a Lachdanan de traición contra el Reino. Para los Sacerdotes y los Caballeros de la corte de Leoric, la posibilidad de que Lachdanan cometiera traición era ridícula. Los motivos de Lachdanan eran honorables y justos, y pronto muchos empezaron a cuestionar las razones de su una vez amado Rey.

La locura de Leoric fue volviendose más evidente con cada día que pasaba. Sintiendo que los consejeros de la corte iban cada vez más sospechando de una vil traición, Lazarus buscó desesperado contener la difícil situación. El Arzobispo convenció al ilusorio Leoric de que el reino de Westmarch estaba confabulado contra él, planeando secretamente destronarlo y anexionar Khanduras a sus propias tierras. Leoric entró en furia y convocó a sus consejeros a su lado. Manipulado por el Arzobispo, el paranoico Rey declaró el estado de guerra entre los reinos de Khanduras y de Westmarch.

Leoric ignoró las advertencias y amonestaciones de sus consejeros y el ejército real de Khanduras fue enviado al Norte para ocuparse de una guerra en la que no creían. Lachdanan fue el designado por Lazarus para liderar el ejército de Khanduras hacia Westmarch. Aunque Lachdanan discutió en contra de la necesidad del conflicto próximo, estaba atado por el honor a conservar la voluntad de su Rey. Muchos de los altos sacerdotes y oficiales, además, fueron forzados a viajar al Norte como emisarios con recados de diplomática urgencia. La desesperada trama de Lazarus había sido un éxito al enviar a muchos de los consejeros más "problemáticos" del Rey a una muerte segura...

El Oscurecimiento de Tristán

La ausencia de entrometidos consejeros e inquisitivos Sacerdotes dejó a Diablo libre para asumir el control total sobre la maltrecha alma del Rey. Mientras el Señor del Terror intentaba fortalecer su dominio sobre el enloquecido Rey, encontró que el persistente espíritu de Leoric combatía todavía contra él. Aunque el control sobre Leoric que mantenía Diablo era formidable, el Demonio sabía que en su debilitado estado nunca podría completar la posesión de su alma mientras un rastro de su alma permaneciera. El señor demoníaco buscó un huesped fresco e inocente sobre el que construir su Terror.

El demonio renunció a su control sobre Leoric, pero el alma del Rey quedó corrupta y su mente enloquecida. Diablo comenzó a buscar por todo Khanduras un perfecto recipiente sobre el que centrarse, y encontró un alma sencilla en las cercanías. Impuesto por su oscuro maestro, Lazarus raptó a Albrecht -el único hijo de Leoric- y arrastró al aterrorizado joven hacia la oscuridad del laberinto. Inundando la indefensa mente del chico con la esencia del puro Terror, Diablo fácilmente tomó posesión del joven Albrecht.

Dolor y fuego corrían a través del alma del niño. Risas espantosas llenaron su cabeza y nublaron sus pensamientos. Paralizado por el terror, Albrecht sintió la presencia de Diablo en su mente a medida que lo hacía hundirse cada vez más en la oscuridad y el olvido. Diablo contempló a su alrededor a través de los ojos del joven príncipe. Un ansia lujuriosa seguía torturando al demonio después de su frustrado combate por controlar a Leoric, pero las pesadillas del chico proveyeron suficiente sustancias para saciarlo. Alcanzando el propio subconsciente de Albrecht, Diablo arrancó los mayores miedos del niño de los lugares más ocultos y les dio vida.

Albrecht observó, como si fuera un sueño, formas deformadas y desfiguradas aparecer alrededor suya. Sacrílegos y retorcidos rostros de terror bailaban a su alrededor entonando coros de obscenidades. Todos aquellos "monstruos" que alguna vez hubo imaginado o que creía haber visto alguna vez en su vida se volvieron de carne y hueso y se les dio vida ante él. Enormes cuerpos compuestos de roca viviente salían de los muros y reverenciaron a su oscuro maestro. Los antiguos y esqueléticos cuerpos de los Horadrim se alzaron de las arcaicas criptas y avanzaron torpemente hacia los rojizos corredores. A medida que la cacofonía de la locura y las pesadillas martilleaban su golpe final contra el espíritu roto de Albrecht, los necrófagos sedientos de sangre y los demonios de su mente se dispersaban y mezclaban maniaticamente en el largo recorrido de su despierta Pesadilla.

Las antiguas catacumbas de los Horadrim se habían convertido en un retorcido laberinto de puro y concentrado Terror. Potenciados por la posesión de Diablo sobre el joven Albrecht, las criaturas de la propia imaginación del chico habían obtenido forma corporea. Tan fuerte era el terror que crecía dentro de Albrecht, que los bordes del reino Mortal comenzaron a pervertirse y romperse. El Ardiente Infierno comenzó a filtrarse en el mundo del Hombre y echó raíces en el laberinto. Seres y acontecimientos, desplazados por el tiempo y el espacio y durante mucho tiempo perdidos en la historia del Hombre, fueron metiéndose y chillando en su nuevo dominio en expansión.

El cuerpo de Albrecht, totalmente poseido por Diablo, comenzó a distorsionarse y a cambiar. El pequeño cuerpo creció y sus ojos ardían como si espinas atravesaran su carne. Grandes y arqueados cuernos surgían del cráneo de Albrecht a medida que Diablo alteraba la forma del niño para igualar la de su cuerpo demoníaco. En el profundo hueco del laberinto, un creciente poder fue controlándose. Cuando el momento fuera el momento el correcto, Diablo se aventuraría una vez más en el mundo mortal para liberar a sus cautivos Hermanos Mefisto y Baal. Los Males Fundamentales estarían reunidos, y juntos reclamarían su legítimo lugar en el Infierno.

La Caída del Rey Negro

La guerra contra los fervientes ejércitos de Westmarch acabó en una horrible matanza. Con el ejército de Khanduras totalmente destruido por el número superior y las posiciones defensivas de Westmarch, Lachdanan rápidamente reunió a aquellos que no fueron capturados o asesinados y ordenó la retirada hacia la seguridad de Khanduras. Volvieron para encontrar el pueblo de Tristán destrozado.

El Rey Leoric, en la profunda agonía de la locura, entró en furia cuando supo que su hijo había sido raptado. Tras buscar por todo el pueblo con los pocos guardias que quedaban con él en el monasterio, Leoric había decidió que los pueblerinos habían secuestrado a su hijo y lo habían ocultado en algún lugar. Aunque la gente del lugar negaba saber dónde estaba el Príncipe Albrecht, Leoric insistía en que tramaban una conspiración contra él, y que pagarían el precio de tal traición.

La misteriosa desaparición del Arzobispo Lazarus dejó no dejó a nadie en Tristán que pudiera aconsejar al Rey. Superado por el dolor y la demencia, Leoric hizo que muchos de los pueblerinos fueran ejecutados por el crimen de alta traición.

Mientras Lachdanan y sus seguidores supervivientes volvían para enfrentarse a su Rey, Leoric envió a los guardias que le quedaban contra ellos. Creyendo que Lachdanan formaba parte de alguna manera en la conspiración de las gentes del pueblo, Leoric decretó que él y su grupo murieran. Lachdanan, finalmente dándose cuenta de que Leoric estaba más allá de la salvación, ordenó a sus hombres defenderse. La consiguiente batalla los llevó bajos los propios salones del oscuro Monasterio, trayendo una profanación final al una vez sagrado santuario de los Horadrim. Lachdanan obtuvo una amarga victoria mientras sus hombres estaban forzados a matar a los engañados protectores de Leoric. Acorralaron al raquítico Rey en su propio santuario y le suplicaron que explicara las atrocidades que había cometido. Leoric sólo les escupió y los maldijo de traidores tanto a su corona como a la Luz.

Lachdanan lentamente caminó hacia su Rey y tristemente desenvainó su espada. Lleno de dolor y rabia, todo el honor habíendo sido lanzado al viento, Lachdanan atravesó con su espada el oscuro y marchito corazón de Leoric. El una vez noble Rey gritó un grito sobrenatural, y a medida que su locura finalmente lo superaba, llevó una maldición sobre aquellos que lo habían traicionado. Convocando a las fuerzas de la Oscuridad, a las cuales había estado combatiendo durante toda su vida, Leoric condenó a Lachdanan y a los otros a una condenación eterna. En su último y fugaz momento en el corazón del Monasterio, todos aquellos que una vez fueron virtuosos y honorables defensores de Khanduras fueron destrozados para siempre.

El Reinado de Diablo

El Rey Negro yacía muerto, asesinado a manos de sus propios Sacerdotes y Caballeros. El joven Príncipe Albrecht seguía estando desaparecido, y los orgullosos defensores de Khanduras desaparecieron. La gente de Tristán contempló su pueblo sin vida y quedaron consternados. Inundados con los sentimientos de alivio y remordimiento, pronto se dieron cuenta de que sus problemas no habían hecho más que comenzar. Extrañas y fantasmagóricas luces aparecieron en las oscuras ventanas del Monasterio. Deformes y correosas criaturas fueron vistas aventurándose en las sombras de la iglesia. Horribles y heridos gritos parecían desgarrar el viento, emanadas de los más profundo de la tierra. Parecía evidente que algo sobrenatural había infestado el una vez sagrado lugar...

Los viajeros de los caminos que rodeaban Tristán fueron acosados por asaltantes encapuchados que ahora parecían estar constantemente deambulando por el desierto terreno. Muchos aldeanos huyeron de Tristán, dirigiéndose hacia otros pueblos o reinos, temiendo algún mal innombrable que parecía esperarlos a su alrededor. Aquellos pocos que decidieron quedarse rara vez se aventuraron a salir por la noche, y nunca pusieron un pie en las tierras del Monasterio maldito. Susurrados rumores de pobres e inocentes personas que eran secuestradas durante la noche por infames criaturas de pesadilla llenaron los salones de las posadas locales. Sin Rey, ni ley y sin ejército para defenderlos, muchos de los habitantes comenzaron a temer un ataque de las cosas que ahora habitaban bajo su pueblo.

El Arzobispo Lazarus, desgastado y despeinado, volvió de su ausencia y aseguró a los habitantes que él también había sido atacado por el creciente mal del Monasterio. Con su desesperada necesidad de consuelo nublando su buen juicio, Lazarus instó a los habitantes a formar una enloquecida turba. Recordándoles que el Príncipe Albrecht seguía desaparecido, persuadió a muchos de los hombres para que lo siguieran a las profundidades del Monasterio para buscar al chico. Reunieron antorchas y pronto el aire de la noche se llenó con la parpadeante luz de la esperanza. Armados con palas, picos y guadañas y también preparados, siguieron al traicionero Arzobispo hacia las propias fauces del Infierno...

Los pocos que sobrevivieron al horrible destino que les aguardaba volvieron a Tristán y narraron la terrible experiencia. Sus heridas eran terribles, e incluso las habilidades de los sanadores no pudieron salvar a algunos de ellos. A medida que las historias de demonios y diablos se extendían, un sofocante y primigenio Terror comenzó a consumir los corazones de todos los habitantes del pueblo. Era un Terror que ninguno había conocido antes...

En las profundidades de los cimientos del arruinado Monasterio, Diablo se atiborraba con los miedos de los mortales por encima de él. Lentamente volvió a hundirse en las acogedores sombras y comenzó a utilizar sus agotados poderes.

Sonrió en la protectora oscuridad, sabiendo que el momento de su victoria final se acercaba rápidamente...